La «fe» y la «razón» en Benedicto XVI


Introducción 

Benedicto XVI, antiguo profesor de Universidad, como recordó con ocasión de la visita que hizo a la universidad de Ratisbona el 13 septiembre 2006, desde el inicio de su pontificado ha mostrado su preocupación por la actual situación de la razón y la fe en relación con la verdad.

La relación entre la fe y la razón fue precisamente el tema de la encíclica Fides et ratio de Juan Pablo II, datada el 14 de septiembre de 1998, en la que, según el parecer de algunos, el entonces cardenal Ratzinger pudo tomar parte en la redacción de la misma y en concreto de los capítulos: 2° credo ut intelligam y el 3° intelligo ut credam.

Los discursos de Benedicto XVI en las universidades de Ratisbona en Alemania y La Sapienza de Roma, este segundo redactado pero no fue pronunciado, tienen como contenido fundamental la situación de la razón y la fe en el momento actual, así como las causas de la misma en el transcurrir de los siglos y el remedio de los males presentes en la filosofía y la teología.
La preocupación por esta cuestión así como la propuesta de las vías de solución aparecen en otros actos magisteriales, como en la encíclica Deus caritas est; en dos meditaciones realizadas con ocasión del rezo del Angelus en el mes de junio del año 2010 dedicadas a la persona y obra de santo Tomás de Aquino; y de forma muy concreta en muchos discursos dirigidos a científicos presentes en diferentes eventos organizados por estamentos de la curia romana.
En su primer mensaje,1 al final de la concelebración eucarística con los cardenales electores en la Capilla Sixtina, Benedicto XVI, recuerda que su predecesor Juan Pablo II presentó con acierto el concilio Vaticano II como «brújula» para orientarse en el vasto océano del tercer milenio. Él también reafirma con fuerza su decidida voluntad de proseguir en el compromiso de aplicación del concilio Vaticano II. En audiencia del 16 de junio de 2010, Benedicto XVI presenta a santo Tomás de Aquino, «un teólogo de tan gran valor que el estudio de su pensamiento fue explícitamente recomendado por el concilio Vaticano II en dos documentos, el decreto Optatam totius, sobre la formación al sacerdocio, y la declaración Gravissimum educationis, que trata sobre la educación cristiana. Por lo demás, ya en 1880 el papa León XIII, gran estimador suyo y promotor de estudios tomistas, declaró a santo Tomás patrono de las escuelas y de las universidades católicas».
En la homilía de la santa misa de inicio del pontificado, Benedicto XVI decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud».2 Esta tarea hoy día exige volver a reafirmar la fe y que ésta ayude a la razón a salir de los límites en los que ha sido relegada por una visión errónea que relega el conocimiento de la razón a lo experimentable y cuantificable, sobre todo a partir del racionalismo del siglo XVIII.
Benedicto XVI ha convocado el Año de la Fe 2012-2013, coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II, que puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la tradición de la Iglesia».3
Por otra parte, Benedicto XVI señala que para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe —requisito indispensable para que la razón amplíe hoy día su ámbito hasta donde es capaz—, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. En la constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial».
Hablando de santo Tomás de Aquino en la Audiencia del 2 de junio de 2010, Benedicto XVI menciona que el papa Juan Pablo II en su encíclica Fides et ratio recordó que «la Iglesia ha propuesto siempre a santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teología» (n. 43). No sorprende que, después de san Agustín, entre los escritores eclesiásticos mencionados en el Catecismo de la Iglesia católica, se cite a santo Tomás más que a ningún otro, hasta sesenta y una veces. También se le ha llamado el Doctor Angelicus, quizá por sus virtudes, en particular la sublimidad del pensamiento y la pureza de la vida.

El misterio del hombre se esclarece en el misterio del Verbo encarnado 

EL Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et spes contiene una enseñanza, que se podría afirmar profética para nuestro tiempo, en relación con el orden natural y sobrenatural que es la cuestión que subyace a la relación entre la fe y la razón. Afirma el Concilio que «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado». En el misterio del Verbo encarnado, Benedicto XVI afirma que se esclarece también la relación entre revelación y exégesis bíblica, gracia y libre albedrío.
En efecto, Benedicto XVI en la exhortación apostólica Dei Verbum comparando el uso analógico del lenguaje humano en relación con la Palabra de Dios, en virtud de la analogía de la fe dice que la expresión «Palabra de Dios», hablando de la revelación divina, se refiere aquí a la persona de Jesucristo, Hijo eterno del Padre, hecho hombre. Y hablando de la inspiración en la Sagrada Escritura, sugiere la analogía: así como el Verbo de Dios se hizo carne por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, así también la Sagrada Escritura nace en el seno de la Iglesia por obra del mismo Espíritu. Hablando de Tradición y Escritura dice el Papa que puede ser útil recordar la analogía desarrollada por los Padres de la Iglesia entre el Verbo de Dios que se hace carne y la Palabra que se hace libro.
El doctor Francisco Canals en la Universidad, explicando los conceptos ontológicos, decía que Maritain, para catalogar el ejercicio de santo Tomás en su síntesis de la verdad, utilizaba el lema «distinguir para unir». Para él, en cambio, se reflejaba mejor esa síntesis con el matrimonio humano, «lo que Dios unió que no lo separe el hombre». En el año 2002 pronunció una conferencia en el congreso de la sección española de la SITA, titulada «unidad según síntesis». Afirma que esa expresión de la unidad de Cristo, podría resumir la actitud de santo Tomás para quien la fe presupone el conocimiento racional, como la gracia presupone la naturaleza. La fe no destruye la razón, sino que la supone y perfecciona, como la gracia no destruye la naturaleza, sino que la sana y la eleva al orden sobrenatural.
Benedicto XVI, en el discurso que preparó para pronunciarlo en la universidad La Sapienza de Roma el jueves 17 de enero de 2008, sobre la relación entre la filosofía y la teología, podría expresarse en la fórmula que encontró el concilio de Calcedonia para la cristología: la filosofía y la teología deben relacionarse entre sí «sin confusión y sin separación». «Sin confusión» quiere decir que cada una de las dos debe conservar su identidad propia. «No actuar razonablemente —con logos— es contrario a la naturaleza de Dios...»

Etapas más significativas en el encuentro entre la fe y la razón 3

EL anuncio cristiano tuvo que confrontarse desde el inicio con las corrientes filosóficas de la época. Los primeros cristianos para hacerse comprender por los paganos no podían referirse sólo a «Moisés y los profetas»; debían también apoyarse en el conocimiento natural de Dios y en la voz de la conciencia moral de cada hombre (cf. Rm 1, 19-21; 2, 14-15; Hch 14, 16-17).
Los Padres de la Iglesia comenzaron un diálogo fecundo con los filósofos antiguos, abriendo el camino al anuncio y a la comprensión del Dios de Jesucristo. Varias fueron las formas con que los Padres de Oriente y de Occidente entraron en contacto con las escuelas filosóficas.
Los pensadores cristianos, desde el principio, afrontaron el problema de la relación entre la fe y la filosofía, considerándolo globalmente en sus aspectos positivos y en sus límites. Ellos acogieron plenamente la razón abierta a lo absoluto y en ella incorporaron la riqueza de la Revelación. El encuentro no fue sólo entre culturas, donde tal vez una es seducida por el atractivo de otra, sino que tuvo lugar en lo profundo de los espíritus, siendo un encuentro entre la criatura y el Creador.

El drama de la separación entre fe y razón 

San Alberto Magno y santo Tomás, aun manteniendo un vínculo orgánico entre la teología y la filosofía, fueron los primeros que reconocieron la necesaria autonomía que la filosofía y las ciencias necesitan para dedicarse eficazmente a sus respectivos campos de investigación. Sin embargo, a partir de la Baja Edad Media la legítima distinción entre los dos saberes se transformó progresivamente en una nefasta separación.
Debido al excesivo espíritu racionalista de algunos pensadores, se radicalizaron las posturas, llegándose de hecho a una filosofía separada y absolutamente autónoma respecto a los contenidos de la fe. Lo que el pensamiento patrístico y medieval había concebido y realizado como unidad profunda, generadora de un conocimiento capaz de llegar a las formas más altas de la especulación, fue destruido de hecho por los sistemas que asumieron la posición de un conocimiento racional separado de la fe o alternativo a ella.
No es exagerado afirmar que buena parte del pensamiento filosófico moderno se ha desarrollado alejándose progresivamente de la Revelación cristiana, hasta llegar a contraposiciones explícitas. En el siglo XX este movimiento alcanzó su culmen.
Algunos representantes del idealismo intentaron de diversos modos transformar la fe y sus contenidos, incluso el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, en estructuras dialécticas concebibles racionalmente. A este pensamiento se opusieron diferentes formas de humanismo ateo, elaboradas filosóficamente, que presentaron la fe como nociva y alienante para el desarrollo de la plena racionalidad. No tuvieron reparo en presentarse como nuevas religiones creando la base de proyectos que, en el plano político y social, desembocaron en sistemas totalitarios traumáticos para la humanidad.
En el ámbito de la investigación científica se ha ido imponiendo una mentalidad positivista que, no sólo se ha alejado de cualquier referencia a la visión cristiana del mundo, sino que, y principalmente, ha olvidado toda relación con la visión metafísica y moral. Consecuencia de esto es que algunos científicos, carentes de toda referencia ética, tienen el peligro de no poner ya en el centro de su interés la persona y la globalidad de su vida.
Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio afirma que Como consecuencia de la crisis del racionalismo, ha cobrado entidad el nihilismo. Como filosofía de la nada, logra tener cierto atractivo entre nuestros contemporáneos. Sus seguidores teorizan sobre la investigación como fin en sí misma, sin esperanza ni posibilidad alguna de alcanzar la meta de la verdad. En la interpretación nihilista la existencia es sólo una oportunidad para sensaciones y experiencias en las que tiene la primacía lo efímero. El nihilismo está en el origen de la difundida mentalidad según la cual no se debe asumir ningún compromiso definitivo, ya que todo es fugaz y provisional.
Benedicto XVI ha sabido explicar que la ausencia de fe es el verdadero exilio del hombre, la pobreza, el dolor de los más oprimidos; y el amor a Dios, por el contrario, un camino de esperanza y de vida eterna.

La religión tiene que ser purificada por la razón 

BENEDICTO XVI en la encíclica Caritas in veritate enseña: «En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa: La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad».4
La afirmación de que la religión tiene necesidad de ser purificada por la razón puede resultar chocante si se saca fuera de su contexto. La fe predicada por Jesucristo y transmitida por los Apóstoles y que ha llegado hasta nuestros días, en sí misma no necesita ser purificada por la razón, puesto que proviene del autor de los órdenes el de la fe y la razón, que es Dios mismo, como enseña el Concilio Vaticano I en la constitución dogmática sobre la fe católica - Dei Filius.
Benedicto XVI mismo considera que desde los comienzos de la tradición apostólica se manifiesta la profunda concordancia entre lo que es griego en el mejor sentido y lo que es fe en Dios según la Biblia. Ahora bien, no es válida cualquier filosofía griega para expresar la doctrina revelada, como se puso de manifiesto en los intentos de transmitir la fe desde concepciones neoplatónicas. Pero, como repite Benedicto XVI, santo Tomás de Aquino utilizó en su teología lo que Aristóteles había captado de la verdad con el uso exclusivo de la razón.
El problema surge cuando el mensaje revelado se racionaliza con un bagaje intelectual, con una filosofía no verdadera. Para Benedicto XVI, el fundamentalismo religioso, que prescinde de la razón no sólo se da en el islam, en donde una falsa noción de trascendencia divina, concibe que la voluntad de Dios no está vinculada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de la racionalidad, sino también puede darse incluso en la religión católica.

La deshelenización de la doctrina cristiana y un falso concepto de verdad 

BENEDICTO XVI, en diálogo con el mundo de la cultura y de la política, ha tomado como tarea fundamental de su pontificado reivindicar el valor de la razón y de la fe que tras un proceso iniciado en el ámbito de la reflexión filosófica en el siglo XVII con el racionalismo que se separó de la teología, estableciendo un divorcio entre la razón y la fe; y en el cultural con la ilustración se llegó al desprecio de la razón, manifestada en el relativismo que conduce al nihilismo e incluso a una cultura de muerte por la desesperación que conlleva.
En la segunda parte del discurso que pronunció en Ratisbona explica que los ataques más insidiosos contra la fe en los últimos siglos, se han centrado en la deshelenización de la doctrina cristiana. Distingue tres etapas: Lutero y su tesis de «sola Scriptura». Harnack y el protestantismo liberal del siglo XIX, que pretenden buscar al Jesús histórico, totalmente separado del Cristo de la fe. En la tercera etapa comenta lo que ha dado en llamarse inculturación de la fe, una tendencia de la segunda mitad del siglo XX que pretende buscar el «mensaje puro del Nuevo Testamento», para volcarlo en la matriz cultural propia de cada lugar.
La tercera parte trata del concepto de verdad surgido como síntesis del racionalismo franco-alemán y el positivismo inglés, de los siglos XVII y XVIII. Según tal línea de pensamiento, la única verdad válida es la de la ciencia empírica y, por tanto, lo único que cae bajo el ámbito de la razón. Así, tanto la religión como la moral quedan constreñidas al ámbito de lo subjetivo: la convicción personal no científica y, en consecuencia, no «verdadera».
Benedicto XVI afirma que el razonar científico no es nocivo en sí; sólo en el caso que pretenda una marginación o descalificación del pensamiento metafísico, que es el que puede abrir la inteligencia a ámbitos más universales.
El Papa propone que para salir de la situación de relativismo en relación con el alcance del conocimiento de la razón, hay que ampliar el concepto de razón y de su uso. Para lograrlo, es preciso que la razón y la fe se reencuentren de un modo nuevo, superando la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y se vuelva a abrir su horizonte en toda su amplitud». «La razón moderna propia de las ciencias naturales, conlleva un interrogante que va más allá de sí misma y que trasciende las posibilidades de su método».5
La razón ha de ponerse «en búsqueda de lo verdadero, del bien, de Dios y, siguiendo este camino, alentarla a percibir las luces útiles surgidas a través de la historia de la fe cristiana y a percibir, de este modo, a Jesucristo como la Luz que ilumina la historia y que ayuda a encontrar el camino hacia el futuro».6
En la audiencia del 16 de junio de 2010, hablando de santo Tomás, Benedicto XVI destaca que en su reflexión puso de manifiesto no sólo el acuerdo entre razón y fe, sino también que ambas se valen de procedimientos cognoscitivos diferentes. La razón acoge una verdad en virtud de su evidencia intrínseca, mediata o inmediata; la fe, en cambio, acepta una verdad basándose en la autoridad de la Palabra de Dios que se revela. En esa distinción dice el Papa que se garantiza la autonomía tanto de las ciencias humanas, como de las ciencias teológicas, pero que no equivale a separación, sino que implica más bien una colaboración recíproca y beneficiosa.
Santo Tomás muestra, por una parte, que la fe protege a la razón de toda tentación de desconfianza en sus propias capacidades, la estimula a abrirse a horizontes cada vez más amplios, mantiene viva en ella la búsqueda de los fundamentos y, cuando la propia razón se aplica a la esfera sobrenatural de la relación entre Dios y el hombre, enriquece su trabajo.
Benedicto XVI recuerda que santo Tomás aplicó la doctrina de la analogía no sólo a las argumentaciones filosóficas, sino también al hecho de la Revelación. El Papa considera que esta doctrina ayuda a superar algunas objeciones del ateísmo contemporáneo, que niega que el lenguaje religioso tenga un significado objetivo, y sostiene, en cambio, que sólo tiene un valor subjetivo o simplemente emotivo. Esta objeción resulta del hecho de que el pensamiento positivista está convencido de que el hombre no conoce el ser, sino sólo las funciones experimentales de la realidad. Con santo Tomás y con la gran tradición filosófica, nosotros estamos convencidos de que, en realidad, el hombre no sólo conoce las funciones, objeto de las ciencias naturales, sino que conoce algo del ser mismo: por ejemplo, conoce a la persona, al «tú» del otro, y no sólo el aspecto físico y biológico de su ser.
Así queda planteado el imprescindible diálogo entre ciencia y fe y un itinerario para llevarlo a la práctica de forma fecunda. Entre fe y razón no hay hostilidad, sino una sinergia fecunda y fructífera. La síntesis entre filosofía y religión es uno de los momentos más importantes de la entera historia humana y hoy se puede reencontrar si acudimos a Tomás, como decía Pío XI.

1. Missa pro ecciesia, miércoles 20 de abril de 2005. 
2. Santa Misa de imposición del palio y entrega del anillo del Pescador en el solemne inicio del ministerio petrino del obispo de Roma. Homilía de Su Santidad Benedicto XVI en la plaza de San Pedro, domingo, 24 de abril de 2005. 
3. Carta apostólica en forma de motu proprio Porta fidei del Sumo Pontífice Benedicto XVI con la que se convoca el Año de la Fe, del 11 de octubre de 2011. 
4. Benedicto XVI: encíclica Caritas in veritate. núm. 56. 
5. Viaje apostólico de Su Santidad Benedicto XVI a Munich, Altütting y Ratisbona (9-14 de septiembre de 2006). Encuentro con el mundo de la cultura. Discurso del Santo Padre en la universidad de Ratisbona, martes 12 de septiembre de 2006: «Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones». 
6. Discurso preparado por Benedicto XVI para el encuentro con la universidad de Roma La Sapienza (Texto de la conferencia que el papa Benedicto XVI iba a pronunciar durante su visita a La Sapienza, Universidad de Roma, el jueves 17 de enero. Visita cancelada el 15 de enero). 

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