Origen de las universidades y su papel en la sociedad

Es de justicia histórica y de honestidad intelectual recordar una vez más que, las Universidades nacieron en la edad media por evolución de las escuelas eclesiásticas y catedralicias, respecto a las cuales aquellas representaban, por una parte, una mayor Universalidad de saberes que se impartían en las diversas Facultades y, por otra, una nota jurídica que les caracterizaba. Las escuelas eclesiásticas y catedralicias importantes contaron pronto con estudiantes procedentes de diversas latitudes que acudían a ellas atraídos por el prestigio de su enseñanza.

El Obispo, del que la escuela eclesiástica y catedralicia dependía, no podía dar un título académico “la licencia docendi,” que fuera valido más allá de los límites de la propia Diócesis; sólo si la escuela era asumida por la autoridad Papal, allí sí se podía impartir títulos académicos de valor universal, la llamada “licencia docendi unique terrarum.” Fue precisamente a esa escuela de carácter universal la que jurídicamente se denominó y se consideró Universidad. Porque el Papa las fundaba y las aprobaba y en su nombre se conferían los títulos académicos Universitarios.



La universidad nacía así con la vocación de buscar lo verdadero, lo noble y lo bueno. Es decir la verdad sobre Dios, la verdad sobre el hombre y la verdad sobre el mundo.

Cambiadas las circunstancias históricas en las que había nacido la universidad y en línea de continuidad, esta institución fundada otrora por la Iglesia para el bien común, se convertiría más tarde en institución civil trasmisora y difusora del saber a todos los pueblos, civilizaciones y culturas. Y en cada país la autoridad civil competente las erigía y avalaba sus títulos.

De igual manera hay que decir que los fundadores y forjadores de nuestra universidad nacional, preocupados por los signos de los tiempos y los problemas de incultura que acechaban al hombre concreto de nuestra sociedad, e inquietados igualmente por el desarrollo sostenible y la elevación moral y cultural de nuestro pueblo, pensaron en dotarnos de esta digna institución académica superior que hoy vuelve a integrar en su seno una nueva facultad para el estudio de la Humanidades y Ciencias Religiosas. Ya que como reza el escudo de la UNGE: es la universidad de cada uno y la universidad de todos.

No está fuera de lugar resaltar aquí que vivimos en una sociedad en la que los viejos materialismos, reaparecen de nuevo revestidos del atuendo de la modernidad y del progreso. Asistimos a sucesivos intentos de relativización de la verdad objetiva, merced a un subjetivismo tan desenfrenado como infundado. Somos testigos de las múltiples pretensiones de eliminar los valores esenciales de la ética individual y social, para sustituirlos por unos criterios y normas de conducta que degradan a la persona y hacen retroceder a la sociedad a momentos hace tiempo superados por la historia de la civilización. Vemos la creciente desorientación que las ideologías utópicas y los deslumbrantes avances de las ciencias y de la técnica producen en muchos. Por eso la universidad no debería limitarse a transmitir los conocimientos y las técnicas de un área determinada del conocimiento. Si sólo hiciera eso estaría renunciando a su propia razón de ser, pues difundiría un saber que sería necesariamente parcial y, con unos saberes parciales, el hombre podría llegar a dominar y a dirigir una parcela de su vida, pero estaría incapacitado para asumir y orientar en su totalidad la propia existencia y su vocación personal y sobrenatural. Podría ser un buen profesional, pero nunca llegaría a convertirse en el hombre esencial y cabal que está llamado a ser. La universidad, además de transmitir unos determinados conocimientos y capacitar para la investigación y el ejercicio de una profesión, tiene la soberana misión de mostrar al hombre cuál es su verdadero ser de hombre. Y darle una visión global del mundo y del sentido de su propia existencia, de modo que pueda desarrollar plenamente su personalidad en fraterna solidaridad con todos los demás hombres.

Como en ningún otro momento de la historia humana, hoy somos conscientes de que vivimos en un mundo culturalmente plural. Esta es una realidad insoslayable y muy querida para el hombre moderno. Nosotros deberíamos conocer y respetar el pluralismo cultural, mas este pluralismo en modo alguno debería escapar a la función crítica que la universidad debería llevar a cabo con todas las manifestaciones de la cultura y de la vida social. Los universitarios están llamados, hoy más que nunca, a estar capacitados para discernir los valores y desvalores de las culturas, tanto de la propia como de las ajenas. Esta crítica de las culturas es importante, pues con pretensiones de cultura han surgido en nuestros tiempos diversas normas de infra culturas y pseudo-culturas, que a veces nada tienen que ver con la verdadera cultura, y menos aún con la alta cultura, la cultura que eleva y dilata el espíritu del hombre y tiene verdadero alcance universal.

Decir brevemente que la nueva Facultad de Humanidades y Ciencias Religiosas de la UNGE, se crea como una institución de derecho e interés público con responsabilidad jurídica confiada a la Iglesia. Su organización se fundamenta en los principios del Vaticano II sobre la sólida formación y educación intelectual y moral de la juventud, con el objetivo de construir un espacio de cultura para elevar y dignificar la formación de nuestros profesionales en el campo de la ética, de la moral y de la teología. Con lo cual, nuestra facultad quiere contribuir de manera excepcional al mundo de la cultura con su idea de hombre. Ya que Seis siglos antes de la era cristiana, Solón de Atenas cifraba en la conocida frase: “conócete a ti mismo”, el compendio de su doctrina. Un siglo más tarde, Sócrates estimaba como “próximo a la locura” el “ignorarse a sí mismo, creer que sabe lo que no sabe”. Después de 21 siglos, muchos de nuestros contemporáneos siguen ignorando hoy qué y quiénes son, de donde vienen y a donde van. Esta es la razón de ser de la facultad de Humanidades y Ciencias Religiosas creada en el seno de la UNGE y confiada a la Iglesia.


- Dr. Fernando Ignacio Ondo