La Violencia de Género en el Contexto de Nuestra Sociedad

La violencia sobre la mujer en el contexto de nuestra sociedad se justifica a partir de razones históricas, culturales y sociales. En este sentido, con frecuencia:
  • Se utiliza y se interpreta a conveniencia algunos pasajes bíblicos para legitimar la superioridad del varón sobre la mujer. Dicen: “Dios creó antes al varón y la mujer salió de su costado” (cf. Gn 2,7).
  • Invocan la experiencia de la historia de las distintas culturas y pueblos, concluyendo que el hombre ha sido siempre el factor principal del desarrollo.
  • Señalan el predominio del sentido patriarcal de la familia africana, que determina la filiación a partir de la tribu del varón.
  • Entienden la entrega de la dote como medio de adquisición que hace el hombre sobre la mujer.
  • Presentan la mayor fuerza física del hombre como elemento de superioridad.
  • Él es el seductor, conquistador, el atrevido que lleva la iniciativa en el mundo afectivo.
  • En el lenguaje coloquial aparecen expresiones despectivas hacia ellas: “hablas como una mujer”, “el hombre no llora como la mujer”, “eres afeminado”…

Desde este trasfondo ideológico patriarcal en el que encuentra acomodo el machismo y justificación la violencia de género, nos encontramos, como bien saben todos ustedes, con que, en el interior de nuestra sociedad:
  • En la vida familiar, la mujer es relegada a los quehaceres domésticos, al cultivo del alimento, al cuidado de los niños. Así, en la ‘Casa de la Palabra’ ellas no tienen palabra;
  • En la vida social, sobre la mujer pesan prohibiciones de acudir a determinados lugares sin el hombre, de tomar decisiones, de viajar, de tener amistades, etc.;
  • En la legislación, tanto administrativa como consuetudinaria –y de esto sabéis más que nosotros-, la mujer pierde siempre a la hora de la ruptura del matrimonio; en los casos de adulterio lleva la peor parte; y, dentro de un matrimonio polígamo, ella pinta poco.

La violencia sobre la mujer es cuestión, pues, de mentalidad y cultura. Todos los esfuerzos de la sociedad en conjunto con todas sus instituciones deben dirigirse a mostrar como absurda esa manera de pensar que ve como normal una paliza, una bofetada, un insulto o cualquier expresión de desprecio a la mujer.

Desde la moral ante esta situación no se justifica, en modo alguno, la superioridad del hombre sobre la mujer. Más bien se afirma la igualdad radical entre los dos.

En sana teología, el texto bíblico no puede llevarnos a ninguna ambigüedad, porque sostiene que Dios “creó al hombre a su imagen y semejanza”. El ser imagen y semejanza es una característica que sólo se realiza en el hombre, y el ser hombre se desdobla en la condición masculina y femenina: existe entre ambos complementariedad y no superioridad.

La opresión social de las mujeres ha encontrado eco dentro de la Iglesia. Contra ella se han pronunciado distintos papas y entre nosotros en la IV Conferencia de la ACERAC (Asociación de Conferencias Episcopales de África Central), celebrada en Malabo en julio del 2002. También muchas mujeres, en su reflexión teológica han tomado la pobreza y la opresión que padecen como punto de partida. Y es que en definitiva, el problema de la dignidad y liberación de la mujer es el problema de Dios, cuya salvación se pone en entredicho en la experiencia de dolor y sufrimiento por las que pasan a diario.

Porque, el mismo Jesús de Nazaret, desde el comienzo de su misión, mostró una enorme sensibilidad hacia las mujeres y ellas recibieron como premio el ser las primeras testigos de su resurrección. Todos recordamos los diálogos con la samaritana, a María Magdalena, a la mujer encorvada que llama ‘hija de Abraham’ (Lc 13,16), camino al Gólgota “consuela a las piadosas mujeres de Jerusalén”, a la mujer sorprendida en adulterio le dice: “mujer, yo tampoco te condeno…”

La actual situación de postración, desprecio y poca protección que vive hoy la mujer en los países del Tercer Mundo, particularmente, no responde al proyecto de Dios. Los niveles de bienestar alcanzados por la humanidad deben repercutir también en ella y que no debe siga sufriendo ningún tipo de violencia física o psicológica.

En este sentido, apostamos por una mayor formación de la mujer. Ella misma no debe seguir creyendo que el estudio no le es útil, porque en cualquier caso se encontrará con un hombre que le dará todo. Este pensamiento tradicional es estéril. De verdad, el estudio es el único camino de liberación y desarrollo de las personas y de los pueblos.

Para los que tienen la responsabilidad de legislar, les suplicamos que promulguen leyes que protejan a la mujer desde la infancia, la edad escolar, la vida profesional y en el matrimonio.  Sugerimos algunas iniciativas: más becas del Estado para las niñas que para ellos, en lo que se ha llamado discriminación positiva; igual salario a igual trabajo; permiso de maternidad y paternidad; reparto de bienes en caso de ruptura matrimonial; fin a la ley del levirato y la prohibición progresiva de la poligamia.

Hago mía aquí la reflexión de Margarita Loka Elobo, en la cumbre de la ACERAC1 dedicada a la mujer, cuando alude a las mujeres de nuestra tradición bíblico-cristiana, que con sus vidas siguen animando a todas las mujeres del mundo a permanecer en pie hasta conseguir su plena dignidad y participación en la sociedad:
  • Que Rebeca nos ayude a vencer la opresión de las costumbres.
  • Que junto con Ruth sepáis conservar lo mejor que os han dejado vuestros mayores.
  • Que Isabel, la madre de Juan Bautista, os enseñe cómo hacer fértil lo que parece estéril.
  • Que la mujer cananea os regale su atrevimiento, su audacia, su libertad al tocar a Jesús.
  • Que, como la Samaritana, volváis a casa anunciando que Jesús os devuelve el sentido de la vida y la dignidad…

El recordado Santo Padre, Juan Pablo II, nos dejó escrita esta perla: “Te doy gracias, mujer trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del misterio, a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de la humanidad”.

Toda reflexión, pues, sobre el tema de la mujer, debe tomar en serio el reto de llegar a engranar igualdad y diferencia sin derivar ni en el igualitarismo ni en la subordinación. Es necesario comprender que igualdad no se opone a diferencia, sino a desigualdad. Las diferencias que se derivan de la psicología, la anatomía y la fisiología no tienen por qué romper la igualdad. Y así, “adherirse al discurso de la diferencia no debería significar dejar de proclamar la igualdad de derechos, y adherirse al discurso de la igualdad no debería implicar una propuesta de simple imitación y repetición de lo masculino”, sostiene V. Camps.

Para nosotros, hombre y mujer están llamados a una proyección incesante de las formas concretas de su relación de complementariedad. Porque, como manifiesta la psicología, el modo masculino y el modo femenino de existir son complementarios no sólo entre los sexos, sino en el interior de cada sexo.

En este sentido, apostamos por el diálogo en el conjunto de la sociedad, en el interior de las familias y en círculos intelectuales. La acritud, la crítica por principio y la violencia como actitud son contrarias al espíritu del diálogo. Colocarse en una permanente línea de descalificación y desprecio al otro no favorece en absoluto el diálogo. Pensar que los demás no nos pueden aportar nada, porque sabemos más, tenemos más, somos la autoridad empobrece la vida y hace estéril la acción.

Buscar el consenso, pedir la participación de las mujeres, recrearse en el diálogo nos coloca en el camino de encontrar la verdad, la perfectividad y realización personal y comunitaria. Nada de estrategias y cálculos en el diálogo para salirnos con la nuestra. Nada de imposiciones ni de prepotencias machistas. En el fondo, se debe partir de la estima del otro, porque la diferencia enriquece. Por eso, nunca debe desaparecer la palabra, el coloquio, la tertulia en la mesa de nuestra familia. El diálogo en la familia y en el conjunto de la sociedad descubre que somos complementarios y esa complementariedad, querida por Dios, hace que necesitemos de los demás y seamos constructores de un mundo más humano.

Bibliografía

  1. Camps, V., Virtudes públicas, Espasa-Calpe, Madrid 1990
  2. Moeller, Ch, Literatura del siglo XX y cristianismo V, Gredos, Madrid 1970
  3. Alburquerque, E., Moral de la vida y de la sexualidad, CCS, Madrid, 1998
  4. Díaz, C., Ser persona, Encuentro, Madrid, 1998
  5. Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, Paulinas, Madrid




- Prof. José Luís Mangué Mbá