Muchos imperativos me obligan a estar aquí hoy para dar esta Lección
inaugural:
1º Primero porque soy Pastor de almas. Por lo que la relación entre razón y fe, por cierto, será uno de los temas que definen la existencia creyente cristiana, por tanto, como un tema de los más relevantes en mi solicitud apostólica.
2º Segundo porque soy patriota, ciudadano de este país y profesor de esta facultad que debe escorar a ser prestigiosa; por tanto, cualquier invitación que se me hiciera para contribuir a formar a nuestros jóvenes es una prioridad tal que, aún acosado por muchas ocupaciones, no puedo negarme a ella.
El tema que nos es propuesto es la relación entre fe y razón en la Universidad. A mi entender, es preciso definir antes los términos que componen el tema para luego continuar. Haciéndolo, vamos a empezar por la razón.
I. Esbozo Histórico de la Razón.
La razón es un tema fundamental en el ser humano y en su existencia. Más la historia de la racionalidad se identifica con la historia del pensamiento. No podemos recoger los resultados de dicha historia para un espacio como el que se nos ha otorgado, si bien podemos destacar algunos avatares significativos. En este sentido, podemos articular sucintamente el tema en dos niveles, a saber: la razón como facultad y la razón como fundamento real de las cosas.
a) La razón como facultad. El término latino "Ratio" significaba cálculo y proporción; y fue tomado por Cicerón para traducir el término griego "Logos"-Desde esta consideración, en la antigüedad clásica predominó la idea
de que la razón es una capacidad de conocer
la realidad no ya del modo sensitivo e imaginativo sino del modo discursivo, es decir, hablando, discurriendo. Actualmente está en vigor esta equivalencia tradicional, es decir, no en pocos contextos identificamos discurrir con razonar; verbigracia, Antonio razona bien equivale a Antonio discurre bien. Se entendió también que esta capacidad discursiva, es decir, la razón, es lo más propio del hombre, hasta definirlo como "animal rationemparticeps", ser viviente dotado de razón. Dicha razón es la peculiaridad que nos distingue de los animales. La capacidad discursiva de la razón tiene una actividad procesual que se lleva a cabo por el lenguaje. Es decir, el lenguaje es la facultad analítica, sintética que revela mediante signos el proceso racional sobre las cosas.
b) La razón como fundamento real e inteligible de las cosas. Al considerar ahora este segundo sentido de la razón nos percatamos de que lo característico de la Razón respecto de las sensaciones y otras formas de conocer es ella es capaz de dar con el fundamento real y la lógica interna de las cosas en sí. En nuestras conversaciones ordinarias, habremos formulado la pregunta: ¿Cuál es la razón de ser de una institución, de una actuación o de obra, etc.? Es decir interrogamos sobre el fundamento real y lógica interna de una realidad que luego nuestro entendimiento es capaz de captar o aprehender.
La conexión entre los dos sentidos de la realidad, es decir, la razón como facultad, por un lado; y la razón como fundamentos de las cosas, por otro, hunde sus raíces en la filosofía griega con el Logos de Heráclito, el Nous de Anaxágoras y, sobre todo, con Parménides de Elea, quien identifica el ser con el pensar, cuyo planteamiento podemos formular de esta manera: sólo a través del pensamiento se capta lo real; sólo lo real es verdaderamente pensable.
II. Reflexión Sistemática sobre la Razón.
La conexión que acabamos de hacer nos lleva de la mano a preguntarnos sobre qué es la razón en última instancia, es decir, cuales son las últimas características que la definen en su ultimidad. En la respuesta a esta pregunta, la filosofía ha señalado como la más peculiar y específica la universalidad. Un juicio o un argumento, como verdadero exige de suyo que todo ser pensante lo admita como tal. Dicha universalidad no sólo tiene que ver con los juicios teóricos sino también con los prácticos. Si un abogado dice: "la mejor estrategia para salvar a mi cliente es esta", el juicio exige que dentro de los límites de la racionalidad práctica todos de acuerdo con él. Todo el que conozca al juez en la misma medida que el abogado y tenga la misma información, debe juzgar del mismo modo. Y si otra persona podría conocer la situación y juzgar de otra manera, el abogado que emitió el primer juicio, atendiendo a la nueva información suministrada por esta segunda persona, debe modificar su juicio tal como es exigido por la exposición racional.
Podemos aclarar la universalidad desde la vera contraria: el relativismo perspectivista, es decir, cualquier expresión de tipo racionales hecha desde un punto de vista, desde una perspectiva. Tal posición nos brinda una contradicción con toda nuestra sorpresa: por un lado este perspectivismo pretende ser racional y verdadero para todos; por otro lado, al ser elaborado desde un punto de vista, postula inexorablemente que no puede ser aceptado por nadie, sino sólo por aquél que la hizo desde su punto de vista. Tal situación no haría posible el entendimiento entre las partes, el diálogo, la comunicación, que indican que hay lugares de encuentro y de convergencia en los que estriba la universalidad, la cual entrevera armónicamente en sus juicios a las personas, pese a ser éstas realidades divergentes.
Todo lo cual nos hace ver la existencia y la legitimidad de la tensión entre la razón como algo personal y la razón como algo universal. Es decir: la universalidad de la razón no significa validez objetiva supratemporal, sino la evidencia de que ante una expresión racional todos los que tenemos acceso a ella coincidamos en aceptar tal expresión como verdadera o simplemente válida para nosotros, gracias a un fundamento racional. Pongamos un ejemplo: en las sociedades que pretenden ser democráticas, el criterio que rige en las tomas de decisiones en cuestiones sociopolíticas y económicas es el consenso; pero puede darse consenso en el error, en la mentira. Lo cual se verifica cuando un tema como el aborto es constitucional por consenso parlamentario por ley de mayoría. No quiero importunar a esas sociedades o cualesquiera con una pretensión moralística de mal gusto, cuando pretenden justificar el mal del aborto con indicaciones económicas, de eficacia y de producción; sino que quiero hacer un planteamiento sencillo y riguroso: así, puede ser real que un matrimonio por escasez de medios económicos no pueda mantener hijos y educarlos. Ante esta triste realidad, lo que comprobamos es la evidencia de que la escasez de medios económicos y la pobreza son situaciones desafortunadas; pero lo que no podemos sostener es que la escasez de medios económicos y la pobreza sean racionales como para que nos sirvan de criterio para tomar decisiones en cuestiones sociopolíticas, si tenemos en cuenta la dignidad de la persona. Dicho de otro modo, en muchos casos de mero consenso, recurrimos no a lo racional sino a lo irracional, porque lo que cuenta es el consenso y no la racionalidad. Podemos echar mano también de lo científico objetivo: finalmente se dio razón y se hizo justicia a Galileo, no gracias a un consenso, ya que la opinión general sobre la cuestión que él había investigado era contraria a lo que él había descubierto, sino gracias a que su afirmación era verificable científicamente, aunque aquello le costara torturas y otros sufrimientos. De aquí que una determinada acción es correcta o de interés-no digamos ya buena- no por el simple hecho de que todas las subjetividades la consideren así, sino por otros motivos al margen de las subjetividades concordantes; y estos otros motivos pueden ser precisamente racionales, morales, culturales, religiosos, etc..
Razón Teórica y Razón Práctica.
Dentro de los múltiples sentidos de la razón, podemos hacer una distinción entre razón especulativa y razón práctica.
La razón teórica o especulativa nos suministra conocimientos sobre qué son las cosas en sí; la razón práctica nos sirve de guía en nuestra acción. Los primeros tratados extensos y sistemáticos en este sentido fueron "Acerca del alma " y " Ética a Nicómaco" de Aristóteles; en la época moderna , "Crítica de la Razón práctica" de Emanuel KANT.
Otro tema que no podemos pasar por alto cuando abordamos el tema de la razón es el tema de la Ciencia, que puede considerarse como conjunto de conocimientos adquiridos por el estudio, la investigación o meditación o bien como conjunto de conocimientos poseídos por la humanidad a cerca del mundo físico y espiritual, de sus leyes y de su aplicación a la actividad humana para el mejoramiento de la vida.
La Fe.
Nos parece oportuno insertar en este apartado de la fe el tema del "hombre abierto a la trascendencia" .
(Cf. A. GARCÍA MARQUÉS, "Razón y Racionalidad" , en: Diccionario del Pensamiento Contemporáneo, Ed. Paulinas, Madrid 1996, pp. 1007-1013).
En efecto, el hombre se pregunta sobre sí mismo, sobre el sentido de su vida. Pues se experimenta como realidad contingente, ya que piensa en el antes de su existir ¿De dónde vengo?; en la consistencia de su vida ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Por qué vale la pena vivir?
Finalmente piensa en el porvenir de su existencia y se experimenta como proyecto, gracias a su libertad ¿Para qué vivo? ¿ Qué será de mí después de la muerte? ¿Porqué la muerte si antes habré vivido y juzgo que es feliz vivir?.
Estos interrogantes tan y como insoslayables en la existencia humana indican que el hombre no es autofundante en su ser, en su existir y en el empeño de las decisiones de su libertad en el cumplimiento de la tarea previamente configurada en las estructuras ontológicas que le confieren inteligibilidad en su porvenir. Si tenemos aquí en consideración el dinamismo de la libertad, tenemos que tener en cuenta los ámbitos en y con los que esta libertad se realiza, a saber, el mundo, la alteridad y la historia.
a) Relación con el mundo. El hombre vive en todo instante la experiencia de su dependencia del mundo. El hombre es un ser en el mundo, así lo ha entendido Martín Heidegger. En su cuerpo lleva la presencia de la naturaleza con sus procesos físico-químicos, que aparece así como constitutiva del hombre. En definitiva, el hombre es microcosmos.
b) Relación con los otros. La alteridad. Cada uno y cada una vive su relación con el mundo en comunión con los demás, ya que según la revelación, la antropología y la psicología la persona es esencialmente relación. Mas el mundo mediatiza las relaciones interpersonales, y éstas, a su vez, interfieren en las relaciones de las personas con el mundo.
c) Relación con la historia. La relación constitutiva del hombre con el mundo y con los otros implica una relación con la historia, porque la existencia de cada hombre se inscribe en el conjunto de la historia de la humanidad: el hombre recibe y es deudor de la historia, se realiza en la historia y contribuye al devenir histórico.
En la relación del hombre con el mundo, se impone un acontecimiento singular: la muerte, término final de la existencia humana. En efecto, la vida humana es proyecto de futuro y la muerte la destruye en este su proyectarse hacia el futuro ¿Qué sentido tiene la vida entonces si es que inexorablemente tiene ser destruida y acabada por la muerte? La Vida humana plasma entonces la figura de un puente que empieza por una orilla, pero no llega a la otra, sino que queda suspendido en el vacío, esto sí, apuntando a un más allá.
Decíamos antes que los grandes interrogantes indican que el hombre no es autofundante en su ser, en su existir y en su libertad. Esta vida humana que queda suspendida como un puente en el vacío sin llegar a la otra orilla ¿No será que muestra ella precisamente su no autofundación y apela irrecusablemente a otra dimensión que sí que la funda? ¿Por qué no podemos invertir los términos de una pregunta hecha antes? Efectivamente, antes nos preguntábamos: ¿qué sentido tiene nuestra vida si es que tiene que ser destruida y acabada por la muerte? Ahora nos hacemos esta otra: ¿qué sentido tiene nuestra muerte si es que antes hemos vivido, nos hemos proyectado hacia el futuro, hemos vivido con esperanza o por lo menos hemos necesitado de ella? Surge inevitablemente la realidad de la trascendencia, o sea, la cuestión de Dios, quien funda nuestro ser, nuestro existir, colma nuestra nuestras aspiraciones fundamentales y nuestra esperanza. Si así son las cosas, la cuestión de Dios no puede ser alienación para el hombre, respuesta a Marx; ni la grandeza del hombre precisa de la eliminación de Dios, respuesta a Nietzsche ; ni el enigma del hombre puede explicarse desde el Absurdo, respuesta a Sartre. Dios es lo más propio del hombre. En la cuestión de Dios está la cuestión del hombre; y en la cuestión del hombre está la cuestión
El tema de la Fe es correlativo al tema de la Revelación; es decir, la fe no es sentimiento ni proyección subjetiva sino que se fundamenta en el Dios Personal que se ha hecho acontecimiento con palabras y obras en la humanidad a través de la historia religiosa de Israel hasta revelarse definitivamente en Jesucristo. Lo cual constituye una respuesta al modernismo, el cual mantiene toda la terminología católica: revelación, milagros, dogmas etc. Pero nada de esto responde a una realidad objetiva o a una verdad absoluta, sino a una experiencia religiosa perfectible que se plasma en fórmulas o símbolos perfectibles y cambiables. La fe es respuesta a una interpelación de parte de Dios, quien brinda a todo hombre la oferta de salvación en Jesucristo.
Esta fe, en el Antiguo Testamento, abarca todas las dimensiones de la existencia humana como diría el Padre Alfaro: "La fe como actitud existencial total, que incluye la confianza en Yahvé y la fiel sumisión a las exigencias de la alianza viene expresada con la fórmula ‘apoyarse en Dios’; sólo en la palabra de Dios el hombre encuentra el fundamento firme de su existencia". El carácter totalizante de la fe encuentra apogeo en S. Juan, quien considera al hombre creyente como divinizado por el don divino de la fe y el don mismo de la fe como humanizado, porque para Juan la fe es oir-escuchar, obedecer, conocer, aceptar, permanecer en, amar, honrar.
Como veíamos en el párrafo anterior, Dios es lo más propio del hombre. Por lo que, al tomar la iniciativa de acercarse al hombre, no lo anula ni lo constriñe, sino como realidad fundante de la condición humana, teniendo un diálogo de libertades con el hombre y haciéndose otro, como nos lo hace ver el Éxodo: Dios hablaba con Moisés como un hombre habla con un amigo (Ex 33,11), sin dejar de ser el totalmente Otro, ofrece a cada hombre y mujer la salvación y plenitud en Jesucristo. Por eso Éste,que es el lugar de cita entre Dios y el hombre, no puede menos de declararse como Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6). El Concilio Vaticano Segundo en la Gaudium et Spes n. 22 vuelve a machaca: "El misterio del hombre se esclarece desde el misterio de Cristo".
Relación entre Fe y Razón
(Cf. AAVV. La Fe de la Iglesia Católica, Ed. BAC, Madrid 1983, pp. 23-85).
La Palabra de Dios, como Revelación, nos brinda el dogma de la creación; en lo que respecta al hombre, éste ha sido creado por Dios como ser racional; y
también en el apartado de la fe, hemos visto que ésta es un don como oferta de salvación de parte de Dios al hombre. Por consiguientes, se decanta aquí que la fe y la razón tienen el mismo origen que es Dios; y no puede haber entre ellas conflictos ni contradicciones. Es más: el hombre con la razón puede investigar y verificar que hay motivos serios para creer. Así lo entendió un prestigioso Padre de la Iglesia como San Agustín, el magisterio extraordinario y ordinario de la Iglesia y muy recientemente Juan Pablo II, de feliz memoria, en su Encíclica "Fides et Ratio". Podemos así responder a los grandes desafíos a la fe habidos, a lo largo de la historia, como fue el racionalismo, cuyo momento histórico más representativo fue el de la Ilustración; y como, por otra parte, fue el fideísmo de Luis Eusebio Bautain en el siglo XIX, relativamente cerca de nosotros.
La Razón y la Fe en nuestro Contexto Social, Cultural y Religioso.
Se ha oído muchas veces decir entre nosotros que hay crisis de fe: matrimonios separados, poca vida estrictamente sacramental, la doble vida de muchos de nosotros, el confusionismo religioso por la invasión de las sectas. Me atrevo a afirmar que esta crisis de fe coincide también con la crisis de la razón: la búsqueda sólo de la satisfacción de lo inmediato sin pensar en un antes y en un después; la fanfarronada o el afán por aparentar y hacerse ver, el síndrome de zafiedad entre los jóvenes, la pérdida del sentido de la alteridad y solidaridad. Todo esto es un diagnóstico de que nuestro pueblo no piensa con rigor. Pues bien, pienso que la universidad no es un ente etéreo, sino que en nuestro caso como en otros, nació en función de los retos del pueblo para hacer frente a ellos y poder solucionarlos problemas con rigor científico, eficacia y dignidad. Y he aquí nuestra apuesta: hacer que nuestra facultad de Humanidades y Ciencias Religiosas dé hombres y mujeres sólidamente creyentes y rigurosamente racionales para luego hacer que nuestro pueblo crea con solidez y razones con rigor.
Prof. Dr. Juan de Dios Abaga