Cuando era joven e indocumentado, –no, no soy el incombustible Gabriel García Márquez– , me dijeron que cada país fabricaba su alcohol con lo que tenía. Molière hablaba francés, Shakespeare platicaba en inglés y Cervantes se expresaba en castellano. Es verdad que las tres eminencias citadas vienen del viejo continente; pero Nadine Gordimer narra en inglés las atrocidades del negro sudafricano al propio tiempo que Mongo Beti denunciaba sarcásticamente el comportamiento del sátrapa camerunés Ahidjo en francés. Al igual que Maximiliano Nkogo describía las peripecias de Adjá-Adjá en español.
Conviene recordar que los tres intelectuales africanos citados en último término se expresan en un idioma importado de Europa, por razones altamente conocidas, para presentarnos realidades africanas y no utilizan ni el afrikaneers, ni el ewondo ni mucho menos el fang (en su modalidad “okac”). “A tal amo, tal colonizado”.
NVE MEÑEE era un trovador, me atrevo a decir, el mejor de todos los que hubo en Guinea Ecuatorial; EYI MOAN NDÔNG fue también de los mejores. Ambos narraban epopeyas en fang con estilos sublimes que no tenían nada que envidiar a las narraciones de la literatura universal. La única diferencia con los occidentales era que sus proezas eran orales y no escritas. Lo que no quita ningún mérito a nada ni a nadie.
Cuando uno se expresa en un determinado idioma, se identifica al sentir y a la cultura de dicha lengua. ¿De qué le sirve a Nchama llamarse así si no quiere saber nada de la cultura fang? Un Esara que no sepa decir “Beteela” no es un bubi completo. Si Mons no puede preguntar “echendi bèe” no es totalmente lo que debería de ser.
Quisiéramos continuar diciendo que el idioma que habla uno forma parte de su identidad. Tenemos que inculcar en nuestros jóvenes la cultura de “asimilar y no ser asimilado”, como diría L. Sédar Senghor en su tesis doctoral. El hablar su propio idioma no es perjudicial. Tampoco hay incompatibilidad entre la lengua materna y la oficial. La primera nos identifica y la segunda nos abre las puertas al mundo universal. Tomen nota y reflexionen.
En nuestra sociedad, erróneamente, se tilda de ignorante a aquel que habla o se expresa en público en su idioma materno. La cuestión es saber escoger el lugar, el momento y la persona a la que se dirige uno/a.
Es verdad que se ha instalado la mala costumbre de que en los departamentos oficiales se deje de lado el idioma que entienden todos y que se utilicen idiomas que solo entienden algunos. Tenemos que evitarlo. El mismo fenómeno se registra en varios centros de enseñanza, donde sólo se habla castellano con el profesor. La inmensa mayoría de las conversaciones entre estudiantes se desarrolla en lenguas locales. Entonces nos preguntamos, ¿de qué nos sirve aprender lengua si no podemos servirnos de la lengua?
Infinitas gracias.
-Prof. Antonio Eneme, Filólogo